El territorio de Entrambasaguas, término empleado durante la Edad Media para hacer referencia a las tierras del Navia-Eo, se extiende sobre un relieve accidentado, abrupto en ocasiones, que desde la rasa litoral alcanza, en pocos kilómetros, cotas de 1.300 m de altitud. Dispersos por su valles y colinas se catalogan centenares de vestigios arqueológicos, al tiempo testigo y herencia de los hombres que han habitado esta región desde tiempos paleolÃticos.
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Los castros en época romana (siglos I-II d.C.)
Durante las primeras décadas del siglo I d.C. se produce en el área occidental la progresiva implantación romana sobre núcleos de población preexistentes.
Desde el punto de vista de la cultura material las primeras evidencias del contacto con Roma son producciones de Terra Sigillata Galica, algunos vidrios y, fundamentalmente, monedas de época republicana, augustea o tiberiana con presencia en los principales castros excavados (Os Castros, La Corona de Arancedo, Coaña, Pendia, La Escrita o el Chao SamartÃn).
Es evidente que este proceso tuvo, en el caso de los poblados diseminados por las cuencas de los rÃos Narcea, Navia, Eo y PorcÃa, un estÃmulo de primer orden en los abundantes depósitos aurÃferos que, sin duda, fueron conocidos por Roma con anterioridad a la culminación de la conquista.
Con la consolidación del dominio romano se desencadena una transformación profunda pero desigual de los viejos poblados de la Edad del Hierro en cuya gradación puede advertirse, con rotunda claridad, la jerarquización de los núcleos de población establecida o, más bien, potenciada por Roma entre las comunidades castreñas. Aún asÃ, existen patrones en el tránsito hacia su adaptación al nuevo orden que, a grandes rasgos son compartidos por todas ellas.
El primero es, sin lugar a dudas, la continuidad en la ocupación del castro. Todos los yacimientos con habitación probada durante la Edad del Hierro se mantienen ocupados durante los siglos I o II d.C., con independencia de su localización geográfica interior.
Otra caracterÃstica común es la adaptación de la arquitectura castreña secular a nuevos patrones de construcción, en los que se advierte una organización renovada de los espacios domésticos con la aparición de núcleos complejos, de múltiples estancias, tabiques interiores y desarrollo en altura.
Finalmente, en todos ellos se constata la inutilización cierta de sus defensas a comienzos del siglo II d.C.
No obstante, esta confluencia que en lÃneas generales marca la evolución de los castros occidentales asturianos durante los dos primeros siglos de la era, no impide que en cada uno de ellos se manifiesten divergencias sustanciales en su registro arqueológico. Son éstas la expresión más evidente de la jerarquización funcional de las comunidades castreñas fomentada por el Estado como instrumento esencial de la administración romana.
La estructura administrativa que generó la transformación de algunos lugares como el Chao SamartÃn hasta consolidarlos como cabeceras territoriales se sustentó sobre un modelo de poblamiento en el que, como ya se ha dicho, el castro era la unidad básica, aunque probablemente no exclusiva. La naturaleza y función de estos asentamientos se ha interpretado como parte de un sistema basado en la interdependencia y común subordinación al orden establecido desde el Estado.
A finales del siglo II d.C. el castro pierde definitivamente su condición de hábitat preferente produciéndose el abandono generalizado de los viejos poblados fortificados.
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