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Los antecedentes: la minería prehistórica en Asturias
El auge actual de la minería del oro en Asturias ha revitalizado el interés del público por una actividad que, aunque olvidada, cuenta con una historia milenaria en la región. Las antiguas labores emprendidas durante la dominación romana se desperdigan sobre las montañas del occidente asturiano como testimonio de la riqueza oculta bajo la superficie y que hace casi dos mil años abasteció las arcas del imperio más poderoso del mundo.
Sin embargo, este capítulo de la minería en Asturias que alcanzó su cenit durante los dos primeros siglos de la Era, contaba con antecedentes muy importantes, y también muy antiguos.
El origen de la minería se documenta desde tiempos prehistóricos y está directamente relacionada con la necesidad de abastecimiento de materias primas para la fabricación de herramientas y objetos de adorno. La gran demanda durante el neolítico de piedras de calidad como el sílex dio origen a una verdadera minería subterránea, un fenómeno documentado desde el V milenio a.C. y con numerosos testimonios conocidos desde Suecia a la Península Ibérica.
En Asturias una gran cuenta de azabache fue hallada entre el ajuar fuenerario de un dolmen del Monte Areo (Carreño), construido entre el IV y III milenio a.C.
El oro nativo recuperado en los pláceres fluviales también cuenta con testimonios prehistóricos en la región. Es el caso del anillo "de tiras" recuperado durante la excavación del dólmen lenense de La Mata'l Casare, una obra megalítica mucho más antigua pero reutilizada en tiempos calcolíticos (finales del III milenio).
Siglos más tarde, la obtención de cobre generó una notable actividad minera. El método inicial de laboreo a base de pozos y trincheras a cielo abierto, que era ya en el V milenio a. C., fue posteriormente mejorado con sistemas más sofisticados que recurrieron para el beneficio del mineral a galerías profundas y técnicas muy avanzadas de extracción.
Asturias cuenta con ejemplos excepcionales de este tipo de minería donde se extrajeron mediante intrincadas redes de galerías y técnicas complejas de laboreo toneladas de mineral cuprífero que abastecieron los primeros talleres metalúrgicos desde tiempos calcolíticos hasta la Edad del Bronce, es decir a lo largo de más de 1.500 años a partir del 2500 a.C.
La bibliografía incorporada en este capítulo, generada esencialmente a partir de los fructíferos trabajos del Dr. de Blas Cortina en los conjuntos mineros de El Milagro (Onís) y El Aramo (Riosa), aporta la información más avanzada respecto a estos episodios que, aunque poco conocidos y casi siempre relegados a notas marginales cuando se trata la historia de la minería en Asturias, representan un hito arqueológico de categoría internacional, tanto por la magnitud de las labores como por su extraordinaria conservación.
La minería aurífera astur-galaica y romana
Plinio el Viejo daba cuenta de la obtención en el noroeste de veinte mil libras de oro anuales, unos 6.540 kg, de los cuales la mayor parte provendría de territorio astur. Si bien, sobre el testimonio se mantienen algunas reservas, lo cierto es que la actividad minera, y en particular el beneficio del oro, se convirtió bajo dominio romano en una actividad esencial en la vida de las comunidades indígenas astur-galaicas. Baste recordar que sólo en territorio de la actual Asturias fueron removidos, según F.J. Sánchez Palencia y V. Suárez, unos 75.000.000 m3 de material aurífero que proporcionó en torno a la mitad de los 230.000 kg producidos en toda la zona.
Tradicionalmente se considera que la explotación del oro se mantuvo durante siglos como actividad más o menos habitual de las comunidades que ocuparon la Asturias protohistórica pero sin superar un estadio tecnológico elemental cuyo fin era la recuperación y transformación mecánica de las pepitas retenidas en los placeres fluviales. Sólo avanzado ya el siglo I d.C., a partir de los años 70 con la dinastía flavia en el trono imperial, habría conocido Asturias la implantación generalizada de una minería compleja de los yacimientos auríferos.
En la actualidad puede afirmarse que la práctica de la minería compleja del oro, entendida ésta como los procedimientos de reconocimiento y explotación de yacimientos primarios, y el consiguiente progreso en las técnicas metalúrgicas, fue conocida y practicada por las comunidades protohistóricas de Asturias varios siglos antes de su incorporación al Imperio Romano.
Así los demuestran las labores de interior identificadas en las minas de oro de Boinás, en Belmonte de Miranda, datadas mediante Carbono 14 y dendrocronología.
No obstante, sólo tras la conquista romana la minería se implanta en la región como actividad industrial a gran escala. Es probable que las explotaciones más tempranas arrancasen en las primeras décadas de la Era en los ricos depósitos de los valles del Narcea y Pigüeña.
Las comunidades castreñas, hasta entonces aglutinadas en torno a sus poblados fortificados, socialmente segmentarias y economía de base agropastoril de orientación autárquica, se incorporan ahora a una organización suprarregional, que establece su dependencia de una autoridad superior cuyo destino principal es la obtención de tributos.
En el caso de los castros occidentales, poderosas razones impulsaron la adaptación de los viejos núcleos al nuevo orden establecido bajo dominio romano, fundamentalmente la necesidad estatal de organizar la explotación de un territorio rico en depósitos auríferos cuyo beneficio resultaba, tras la reforma monetaria de Augusto, de extraordinaria importancia para la buena marcha de las finanzas imperiales.
Se conjugaron así condicionantes decisivos que habrían de caracterizar la implantación romana inicial sobre los antiguos castros y su territorio colindante: la necesidad de un control policial efectivo y la capacidad técnica suficiente para la identificación y puesta en marcha de las explotaciones mineras.
En estas condiciones resultó inexcusable la participación del ejército en su condición de instrumento idóneo para dirigir y tutelar la organización del trabajo, establecer las cargas tributarias asumibles por cada comunidad (entre las que es probable se contase también el trabajo en las minas) y garantizar su percepción. De esta forma fueron varios los castros que adquirieron durante las décadas centrales del siglo I d.C. el perfil marcadamente militar que denuncia su registro arqueológico.
La unidad administrativa básica de esta organización fue la civitas, figura jurídica que se sirvió de lugares con secular tradición de centralidad, caso del Chao Samartín, San Chuis o La Campa Torres, para brindar el escenario adecuado al ejercicio del poder en sus vertientes judicial, fiscal y militar. Tal elección recayó en núcleos en los que convergían además otras funciones, ejercidas probablemente desde tiempo ancestral, que permitirían identificarlos con alguna de las entidades de población mencionadas en las fuentes de la época, caso de La Campa Torres con Noega o el Chao Samartín con Ocela.
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